Me es propia la antigüedad de los espejos,
como ajena la humedad que no resiste aliento.
Me es tenue el despertar en sábanas de seda,
prefiero el lino que me marca y hunde la piel,
como quimeras de una noche que se oculta.
Todo lo que nos rodeaba era cálido
como ese verano que nos enfría.
Y ella creó el mundo en seis días;
que al séptimo, de tan cansada, salió a emborracharse.
Como una soledad que no es estado,
sino estado de sitio para la almas,
que no es lugar, que no es elección,
que es un estar,
un permanente maquillaje que imprimen los huesos.
Comenzó a llegar el amor, como camino,
y su eterno séptimo día de borrachera,
decidió olvidarse de otras drogas
por abrirse el pecho
y guardar las sensaciones.
Me abracé a los textos que conservo,
me llevé el lápiz a escondidas,
y di retoques a mi propia letra,
para decirme hoy, que no es lo mismo,
lo que transformé pasado por los años.
Compré un block de papeles de colores,
le fui dejando notitas, cada día, en su puerta.
Y le tipié verdades,
por no soportar verla llorar,
por reprimir el llanto propio,
porque ya es tarde para esta vida,
que asoma sin su primavera.
Nunca respondió a mis llamados,
solo preguntó:
¿qué estás mirando en mis manos?
ayyyyyyy!!!! siempre mirando insolente en las manos, un camino de ida! me encanta nene! besos cariño...
ResponderEliminarme gustó, simple y llanamente eso.
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